Alegato al egoísmo

Son clásicas las diferencias entre los opuestos: día-noche, bien-mal, etc. No obstante participar de un mismo origen (suelen ser dos extremos o polos de la misma cosa) son difícilmente reconciliables.
Estamos acostumbrados a ver en los cuentos infantiles o en la televisión la separación entre el bueno y el malo, de forma que el bueno es incapaz de realizar cualquier acto propio de su contrario, y lo mismo ocurre con éste. Esta separación parece poco natural, y no es difícil entrever que el bueno y el malo son una misma cosa y que lo natural es que vayan unidos (esta tendencia a la unión puede observarse por el hecho de que existe una atracción entre ambos, que se traduce en una continua lucha, de forma que la existencia de uno se fundamenta en la existencia del otro).
Si los opuestos existen en todos nosotros, lo siguiente que habrá que determinar es qué nos hace conducirnos de una manera o de otra. Para mí, el impulso que determina la relevancia en nuestro carácter de un polo u otro, es el egoismo. Este egoismo es difícil de definir, y ha sido denominado de diversas formas: "principio del placer", "principio o deseo de poder", etc.
En nuestra tendencia de separar los contrarios hemos caido en el error de asociar el egoismo con lo malo; sin embargo, si aceptamos que el egoismo es algo así como mirar dentro de nosotros, debemos aceptar que no es ni bueno ni malo sino, más bien, ambos a la vez.
¿En qué reside pues su capacidad para guiarnos en un sentido u otro? Indudablemente, esta capacidad del egoismo reside en el hecho de mirar dentro de nosotros. Si es en nuestro interior donde se hallan unidos los opuestos y sólo fuera, y en un mirar hacia fuera, donde llegan a dividirse; es ahí, dentro de nosotros, donde debemos mirar para seguir un camino u otro.
El egoismo por tanto no es un cerrar los ojos hacia el mundo de afuera de nosotros, sino un volver la mirada hacia nosotros mismos. En la medida que consigamos hacer esto nos liberaremos de las ataduras que nos unen con el exterior, y una vez libre de estas ataduras podemos conducirnos guiados por nuestro plan interior y ante la vista de un mundo más amplio y con mayores posibilidades de movimiento.
No hay mayor "egoismo" que el no ofrecer al mundo aquello que llevamos dentro de nosotros.
Sólo dándonos a nosotros mismos podemos llenarnos y así entregarnos al mundo.
No aceptar la contradicción es negarnos a nosotros mismos, puesto que somos tanto una cosa como su contrario. ¿Por qué solemos negar un pensamiento, un deseo, etc. que se muestra como contrario a otro ya conocido por nosotros? Si en lugar de negarlo lo acogemos y lo mimamos, y aún lo sentamos al lado de su hermano contrario, estamos dando el primer paso para conocernos a nosotros mismos. Este es el verdadero egoismo. Sólo desde aquí podemos ofrecernos a los demás tal cual somos, enteros y sin miedo a perdernos o difuminarnos en el mundo.

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